Crítica de arte - Flora Fong


"La Pintura de Flora Fong"

Por Miguel Barnet

Veo a Flora Fong asomando su rostro chino tras un montón de piedras labradas. Casi no habla. A su lado una grulla mitológica y detrás una palma enana. Sus ojos evocan un jardín de bonsáis. Cada vez que me encuentro con ella, bajo la voz, tronante y eufórica, y comienzo a reflexionar: Un sabio taoista podría vivir sin salir de su casa y ver el mundo a través del sueño o lo que es mejor del pensamiento. Eso le haría conocer con más profundidad los contornos del universo, sin necesidad de emplear el ojo que a veces se cansa de escudriñar. El artista puede ver el mundo sentirlo desde su sangre y eso todavía es mejor. La sangre fija valores que al hombre se le escapan. Y cuando esa sangre viene de una cepa milenaria la sustancia que queda es indeleble.

La sangre que corre por las venas de Flora Fong marco su pintura antes de que ella hiciera el viaje que la llevo a la tierra de sus abuelos, la China taoista de la raíz del loto y el jade imperial.

Como a Wifredo Lam el trazo fino y seguro le dio carácter a su obra y la situó desde el comienzo entre los más notables artistas de su promoción. Su estilo venia sedimentando por una tradición, no surgió como un hallazgo o un milagro divino. Su estilo estaba en sus raíces y en la manera en que ella, quizás sin proponérselo demasiado, macero sus jugos. Siempre he relacionado su obra con su persona, lo cual es completamente inevitable al tratarse de una artista de tal autenticidad. Sin embargo, encuentro en esa comparación una contradicción que siempre deja perplejo. La delicadeza de su persona, su trato dulce, de una ternura profunda y lacónica, contrasta con el trazo fuerte, como un fogonazo de su pincel. La tela parece ser el único blanco en el mundo que reciba la violencia de su temperamento. Una violencia femenina transgresoras de prejuicios y aguda como un alarido.

Ante una obra de Flora Fong se pueden percibir múltiples sensaciones: la intrincada naturaleza de un boscaje, la presencia de duendes ancestrales atrapados por el verde de hojas gigantes, el blanco que compensa los tonos subidos y otorga una perspectiva de infinito tan familiar a su estirpe...

La verdad en tanto experiencia personal aparece en esta pintura a la manera de la tradición oriental. Es una verdad sugerida inefablemente.

Las claves están en la naturaleza y no en el lenguaje filosófico de los signos. El Tao sin palabras y los buenos oficios de Eleggua se entrelazan en esta sucesión de imágenes para formar un todo revelador de la gracia poética. El sentido real de estos cuadros esta en ellos mismos. Y su fluir en nosotros es posible en virtud de que ellos revelan mundos interiores ajenos a significados lógicos. La verdad aquí encarna la imagen -caña brava o bambú- se expresa solo a través de ella y huye de los convencionalismos descriptivos para instalarse en la poesía de lo pictórico. Flora Fong ha logrado trasmitirnos con sus cuadros una simbiosis de realidad o sueño; ambas se confunden y no sabríamos en cual ubicar los tronos de Chango y San Fancon. Sin recurrir a planos realistas su pincel ha llegado muy adentro, ahí donde lo real no tiene una explicación concreta ni absoluta.

Es la belleza la que ejerce sus dominios por encima de todo.

Intuimos, eso si, la corriente oriental, pero percibimos también la primitiva epifanía del trópico, su canto salvaje, su ondulación sensual.

El hombre es su imagen y Flora Fong nos ha devuelto parte de nuestro ser al hacernos regresar a los orígenes.

Si el lenguaje de los pájaros y los árboles existen con sus resonancias bucólicas, como han afirmado los sabios antiguos, este lenguaje aparece aquí para comunicarnos sus cantos y elevarnos a esa quintaesencia que somos al fusilarnos en nupcias perfectas con la naturaleza.

No creo que esta pintura pueda calificarse de abstracta. La abstracción esta presente en un sentido conceptual, todo lo demás es relieve visible, contorno físico, naturaleza viva. El fluir muchas figuras por la imaginación el artista ha logrado esta síntesis, esta unidad de fuerza cósmica. Unidad lograda a plenitud y en tenso contraste con elementos contrarios. No vamos a definirlos con los conceptos antitéticos del yin y el yang y pecar de explícitos, pero si la colisión de la ternura y la violencia, el dolor y la alegría, lo masculino y lo femenino, en otras palabras la inteligencia de la artista plasmando un ser no homogéneo, una vida de claroscuros, de sol y sombra.

Imposible de aislar lo oriental de lo occidental de su arte. Uno es resultado del otro y ambos se conjugan en un legítimo proceso de transculturación.

He aquí lo que me fascina de la pintura de Flora Fong.

Riego la tinta de mi pluma sobre estas hojas para que la artista levante con ella un puente imaginario, el puente que une indisolublemente el oriente con el occidente, el Asia inicial con la América nueva.

Ese puente que ya había sido levantado con sangre coolie y africana, levántese ahora, de nuevo con tinta de China, la que empleo Wifredo Lam en sus aguafuertes, lo que corre por las venas cubanas de Flora Fong.

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"Flora Fong, la espiritualidad del paisaje"

por Toni Piñera

22 de agosto de 2014

En su ejercicio pictórico, trata de descubrir el secreto de la naturaleza. Flora -ha­ciendo gala a su nombre- crece, se multiplica en flores, árboles y se mueve al compás del viento, porque el aire devenido huracán, ciclón, tifón o simplemente brisa puede verse caminar por entre las líneas, manchas y colores gestuales. O mece, con extraordinaria maestría el agua del mar, los ríos o lagos que riegan sus fértiles superficies. Esos paisajes donde se reúne la esencia con caligrafía oriental, y sentimientos caribeños, llegan en tonos brillantes donde la luz enfoca la creatividad de sus sueños casi reales.

Flora Fong busca la expresión inmaterial por medios simples, utilizando solo lo in­dispensable, que a veces pudiera dar la apariencia de un boceto. Algo muy semejante a lo realizado por los pintores del Oriente que le llega también por sus ancestros. Pero ella es caribeña, vive, crea y se inspira aquí.

Su más reciente exposición Grabados en el tiempo, abierta en el Centro Provincial de Artes Visuales Eduardo Abela (San An­tonio de los Baños), resulta un instante singular para mirar, en retrospectiva su vida en el arte y regresar a los inicios. Es un recorrido visual de las diferentes etapas de su trabajo artístico: litografías y serigrafías de archivo, y lienzografías más recientes, se dan la mano en la muestra -que anteriormente se exhibió también en Sancti Spí­ritus, en ocasión del aniversario 500 de la ciudad- y constituye un punto alto desde donde voltear la mirada atrás.

Flora es feliz al revisar su vida, trabajo, obra. Esa que se transforma, desde las paredes, en sueños multiplicados. Desde visiones de tierra adentro, cafeteras que nos enseñan su actividad de ama de casa y que al mismo tiempo acercan las claves de sus gustos pictóricos (donde figura con cierto acento Acosta León), palmares cuajados de prístina musicalidad, en cierta manera deudores de Carlos Enríquez, manchas casi abstractas que nos evocan la percepción del ciclón tropical desde adentro, festín de complementarios donde puede asomar el vínculo indirecto con los Papalotes que ha construido a partir de los indicadores culturales de China, hasta diversas iconografías de rostros cortados por vigorosas pinceladas.

Esas hojas de tabaco agigantadas con la capacidad de darnos también las venas de la geografía insular, enormes frutos que no niegan los referentes de la decoración de la casa cubana, y protagonizan una jugosa aventura pictórica que saca a la luz las ocultas temperaturas de mujer, y esas floraciones suyas de amoroso hedonismo, orquestan un conjunto de temas que concurren, con una fuerza centrífuga posibilitada por la lógica relación entre el magisterio de su técnica y el canto constante de la espontaneidad.

Un día, tuvo necesidad, por su temperamento, de hacer palpable, tanto el aire como la lluvia (el agua), en su obra.

Quien se acerca a sus trabajos siente la atmósfera, la humedad, el calor. Se transmite, muy especialmente en esos ambientes de ciclón, con los contrastes de fuerza expresiva.

¿Los Girasoles? La pregunta abre espacios... "No me interesa pintar una flor por una flor. Estudiando un poco la espiritualidad de la pintura china, refiere, y a esos artistas tan laboriosos, vi en esa flor (tan fuerte y que se mueve con el sol) que podía representar lo que quería, desde el punto de vista occidental y oriental".

Hace poco tiempo, las aventuras bidimensionales pasaron al volumen. En este resumen de diferentes etapas incorporó las esculturas de bronce, "ellas me siguen dan­do un pensamiento de renovación conceptual del punto de mira a nuevas propuestas futuras". Es como la arrancada en un tema. De esta labor comenta que es muy fuerte "me salieron dos hernias haciéndolas", sonríe. De todas formas ella continúa con nuevas fuerzas por estos senderos.
Con total éxito las expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes (2008).

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"El huracán y su ojo"

Por Graziella Pogolotti.

Caribeño, el huracán permanece en lo más profundo de nuestra memoria, recorre nuestra cultura desde los más antiguos habitantes de las islas. Aire y agua destruyen y fecundan. Es término y comienzo, la fuerza estremecedora del viento y la calma inesperada del ojo. Del caos aparente habrá de nacer siempre la vida. Del vértigo nace la calma. Pero en el ojo de la tempestad se encuentra el principio de su ordenamiento. Para la acción simultanea de destruir y crear el ciclón tropical existe gracias a la tensión permanente entre esos dos polos contrapuestos. Signo reconocible de una cultura hecha de muchas convergencias, bien delimitada en la historia y en el espacio, el huracán de los indios fundadores, se convierte en imagen provocadora de infinitas resonancias, en estimulo para las mas variadas lecturas. Marca de identidad en su origen, sin perder ese sello primigenio, se abre hacia numerosas posibilidades de diálogos, tantas como sean las inquietudes del que interroga. Tiene el encanto de la transparencia y el desafió del enigma.

Sin percatarme de ello, he dejado de hablar del ciclón para pensar en su imagen. Flora Fong conserva en su casa la tapa circular de una mesa en la que comenzó el vértigo. El aire, los objetos del mundo natural giran en torno a un centro que los atrae y rechaza. La forma de una mesa no resulta una imposición externa. Es el espacio exacto que corresponde al nacimiento del ciclón, es el detonante que ha servido de punto de partida para la formulación de un concepto. Podrá desaparecer después la alusión al referente inmediato. La composición, el color, la luz, el trazo se convierten en los componentes esenciales de un vocabulario que sustenta un universo caracterizado por la tensión entre polos complementarios.

La contradicción es parte necesaria de la verdad. Entre rojos y negros, la intensa riqueza cromática, la segura libertad del trazo imponen a la mirada del espectador un recorrido circular. Pero no basta con eso. El ritmo exige un contrapunto, pautado, por esa ventana que se abre y sorprende. Ahí, en medio de la tormenta, el ojo encuentra descanso, para continuar su recorrido en busca de otros descubrimientos.

En la zona luminosa, en el ojo de la tempestad puede aparecer otro paisaje, que resulta en última instancia una variante intimista, en tono menor del discurso dominante en el conjunto de la tela. Porque uno y otro, con sus contrastes, con su contradicción, han surgido de la misma memoria. Al trazo negro, fuerte, voluntarioso responde la línea delicada, que apunta el perfil de una palma o de un poste de telégrafo.

Vinculada a la promoción de la Escuela Nacional de Arte que apareció bajo el signo del Salón 70, Flora Fong ha llegado a la etapa de su desarrollo en que toma cuerpo una poética personal. Su propuesta trasciende el modo de hacer, implica haber definido una perspectiva, el autorreconocimiento de una identidad personal, haber asumido una herencia, no solo artística, sino también cultural, en el sentido más amplio de la palabra. Correspondió a otros tiempos fijar las imágenes simbólicas de la cubania que vive ahora en una memoria personal y colectiva rescatada, que esta presente en la fuerza gestual del trazo, en la sutileza de la línea.

La clave poética de Flora Fong esta en su voluntad integradora. Así en un proceso conciente reivindica su antecedente chino, una de las presencias indiscutibles en el bien común de nuestra cultura. En el trazo, en su fuerza expresiva, y también en la delicadeza de la línea, se manifiesta ese particular proceso de aprendizaje. En ella, la línea y el color se contraponen. Tienen valores cromáticos similares. Pero la relación más sugerente se encuentra quizás en la propia noción del ideograma, síntesis expresiva del concepto y de la caligrafía. De manera semejante, en su obra se conjugan la libertad del gesto y el ordenamiento luminoso, el huracán y su ojo.

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"FLORA FLONG: EL PINCEL Y EL VERSO"

En la historia del planeta, una serie de mares se convirtieron en focos de cultura. Así en el mar Mediterráneo se gestaron diversas civilizaciones, como también ocurrió en el Báltico y en el mar Amarillo. En el presente, el mar Caribe se convierte en zona de confluencias culturales, de modo que aquí desembocan las más diversas herencias: amerindios, europeos, africanos y asiáticos traen su impronta a estas tierras. Flora Fong construye esta exposición desde una perspectiva de transculturaciones, de modo que El Caribe Ming se nos presenta como un diálogo implícito entre signos y modos de expresión.

La artista percibe con su finura habitual el maravilloso contrapunteo que permite ver los signos de la escritura china como entidades de una plasticidad infinita. No se olvide que Ming es un vocablo que no solo designa a una famosa dinastía china, sino que también es el término para nombrar la vida y el destino. Siendo el Caribe un ámbito multicultural, no podía faltar la impronta de la cultura china, pero asumida desde la realidad intensa del Mar de las Antillas. Flora ha logrado con particular maestría establecer una conversación amorosa entre la antigua poesía china y su personalísima manera de captar la luz y el cromatismo caribeños. El resultado es esta exposición, donde el trazo pictórico alude al dinamismo de nuestra cultura, pero al mismo tiempo concuerda con la exquisita remembranza de sensaciones que, siempre, es la nota fundamental del verso chino. Con fino humorismo Flora convoca tales signos culturales hacia nuestro presente, de modo que retomemos esas raíces que, a veces, la TV nos difumina y hace olvidar. Así se produce un juego de espejos, donde ya no sabemos si el verso se ha hecho trazo pictórico o a la inversa.

El resultado es una reveladora imagen del Caribe, convertido en cámara de ecos culturales diversos. Y es cierto que la pintora ha fundido pintura y caligrama: el refinamiento del trazo y la delicadeza con que se interrelacionan los colores nos descubren ángulos imprevistos de nuestra propia realidad. Flora nos devuelve un tiempo que ya no es lineal, sino un conjunto de eras, de estaciones y momentos que se esparcen por el espacio peculiar de sus lienzos, convertidos en una fusión maravillosa de climas y de orientes. Esta exposición brevísima, además, la artista proyecta una fuerza y una lucidez renovadas: al expresar el sello esencial de sus visiones sobre la transculturación, también se autorretrata, ensimismada y sagaz, enamorada siempre de sus múltiples raíces.

Luis Álvarez,

Premio Nacional de Literatura

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"Ideogramas en el Caribe"

Si alguien en la creación pictórica cubana contemporánea tiene plena conciencia de sus ancestros, esa es Flora Fong. Se reconoce en el fulgor del mestizaje antillano de una isla a la que una vez llegaron de la lejana China seres humanos de condición muy humilde y laboriosa a integrarse al magma de una identidad en formación.

Un nuevo testimonio acerca de cómo en ella esa razón de pertenencia se traduce en valores estéticos sugerentes, se observa en la muestra El Caribe Ming: imagen, caligrafía, verso, con la que la sede del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (3ra., entre 12 y 14, Playa) retomó su actividad como galería de exposiciones, algo que nunca debió perder en virtud de su visibilidad y referencia de una parte importante de la función promocional de la institución.

En cada uno de los cuadros, Flora funde aparentes lejanías: la condición aérea y solar de una insularidad que se revela en sus composiciones decantada y esencial, y el trazo breve, sintético pero rotundo, de los caracteres de la escritura china -caligrafía reconocida como Patrimonio Mundial de la Humanidad-, que adquieren una cualidad simbólica. Es así como el paisaje insinuado se sincretiza en un gesto visual sorprendente.

Alguna vez Flora confesó que pintaba de acuerdo con las emociones, y esto se hace notar en las vibraciones que se perciben cuando la pupila se detiene en el repertorio de imágenes exhibidas. Pero también pinta con depurado oficio, sumo tacto, dominio de la distribución espacial y sentido del equilibrio.

Este es, por tanto, un ejercicio de maestría y sensibilidad que viene de una artista que, por décadas, ha ido eslabonando una sostenida trayectoria que la ha situado en la primera línea de la creación plástica de nuestro país.

Las imágenes de Flora en El Caribe Ming... pudieran perfectamente estar calzadas por los siguientes versos del gran poeta cubano Regino Pedroso (El ciruelo de Yuan Pei Fu), también de ascendencia china: «Si un alba clara y limpia ve un día tu mirada / salúdala con júbilo y ama esa hermosa aurora...». Un buen augurio artístico ante el próximo advenimiento, aquí y allá, de la primavera.

Autor: Virginia Alberdi Benítez

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"La sensible cubanía de Flora Fong"

Combinadas evocaciones emanan de esta colección de obras de la artista cubana Flora Fong. En sus imágenes se percibe una insularidad tropical que brota de sus paleta llena de matices y de su manejo sutil del material escultórico para apresar, en lo artístico, ciertas esencias de lo que ha hecho a Cuba un emblema de identidad y perpetuar desde el arte, ciertos "elixires de la vida nacional". Algunas de esas claves se dan cita en su obra, consagrada y madura, para con una expresión propia―personal―poner en valor lo que por tradición rememora una isla de tabaco, café y muchas costasen su dilatada geografía. La superficie pictórica se hace táctil en esa hoja ancestral para el universo de creencias de los pueblos que habitaban las islas antillanas cuando el continente aún no se llamaba América; se trata de una figura ocre por su color y añeja por su historia, descrita por los más antiguos cronistas y que en manos expertas, a través del tiempo, extendió su imagen y su uso a una cultura del placer a través del mundo. En el espacio artístico de Flora Fong, esa hoja muestra todas sus nervaduras, y superpuesta a ese entramado, con motivos pintados y veladuras, la artista sugiere una "zona tabacalera" en la sigue habitando un universo rural y guajiro, de bohíos y sombrero de yarey.

Una fragancia de amanecer cubano se enuncia en sus cafeteras humeantes y olorosas. Cafeteras que no lo son como las actuales de presión o eléctricas, sino aquellas de coladores de tela montados sobre una base de metal o madera, que rememoran no solo el tiempo de abuelas y bisabuelas, sino una práctica popular, tanto de campo como de ciudad, en los hogares insulares. Qué bello objeto, ya casi desaparecido, también recreado en bronce tridimensional. Desde que comenzaba el hervor, se inhalaba el café antes de degustarlo, y requería de un saber para controlar las cantidades de polvo yagua para alcanzar el punto deseado en su textura y sabor. Esos objetos, ya curiosos en nuestros días, reviven el tiempo de la memoria en la obra de la artista, quien lo hace -además -con una creatividad y originalidad en sus formas y colores, que han hecho del tema parte esencial del universo visual de Flora en el arte cubano contemporáneo. En algunas de sus cafeteras el observador apreciará que son palmas las que hacen parte de la estructura que soporta el colador y en el líquido hirviente, como acto mágico, surgen apariciones de otras palmas o evocaciones paisajísticas, abstractas, sobre la superficie del "brebaje" en ebullición. La palma es un atributo nacional en la isla, un signo cultural que ha encontrado un lugar fecundo en la obra artística de Flora Fong. Con ella no solamente asienta esa figura alegórica de la naturaleza insular, sino que con la imagen pintada reivindica su propia identidad chino-cubana, sus orígenes mezclados, concibiéndolas a través de líneas negras que toman como referencia la delicada escritura del país asiático, sus maneras de representar y su grafismo tan singular. Con su penacho, la palma anuncia la intensidad y las orientaciones del viento, y su estampa erguida se carga de dignidad aun cuando la delgadez de su largo tronco le dé una apariencia frágil. Con el soplo de aire que la despeina también se balancea la palma, se mueve y contornea, para siempre estar y volver a su lugar. Así la vio Carlos Enríquez en sus voluptuosos paisajes criollos, así vive en la pintura de Flora Fong donde adquiere una profunda carga expresiva.

En algunas de sus piezas, los trazos negros que figuran la palma crean los límites de un espacio pictórico en el que aflora ―pintado―un fragmento insular. Esos bordes precisos se recortan sobre el fondo como separándose del todo para hacer dese sitio, una isla más. En su pieza "Chino en América", el concepto de persona que representa el ideograma caligráfico habita ese territorio creado por la artista como alegoría autobiográfica o en "El pez dormido" se distingue como memorable y silencioso emblema.


De esos contrastes se hace la obra de Flora Fong, quien nació en el centro de la isla, donde por norte y sur la frontera desde costas azules con fragancia de salitre que las brisas llevan consigo para hacernos saber que el límite ya está
próximo, donde se escucha y se siente el mar. Son bellos los intensos mares de Flora.

Algo hermoso se descubre en sus dibujos con peces y barquitos, algo infantil pero nada ingenuo. Las naves, fondeadas en aguas cercanas, territoriales, imaginamos que han bojeado la isla y la ha recorrido en su larga y estrecha inmensidad. Han navegado, se han ido, vuelven, para siempre estar en puerto seguro, el de la sensible cubanía de su creadora, Flora Fong.
Yolanda Wood.
México, febrero, 2015.